a)
Humildad
Servir a los pobres con humildad
es, en primer lugar, escucharlos, desde la gratuidad, antes de buscar la manera
de resolver sus problemas. Ponerse a su servicio exige un esfuerzo de atención
para entrar en lo que constituye su universo, abriéndonos ante todo al misterio
de la persona, intentando comprender sus sufrimientos y sus alegrías. Esto
supone por nuestra parte una actitud de discreción y de modestia. La humildad
nos ayuda a ir más allá de lo humano o de lo psicológico para entrar en el
terreno del amor. Nos hace descubrir cosas nuevas, pero nos ayuda a dirigir una
mirada nueva hacia los pobres. Nos hace estar atentos a la vida de los pobres,
a sus aspiraciones, a sus expectativas profundas, pero nos lleva también a
meditar en su vida para captar su punto de vista. La humildad nos lleva a creer
que los pobres son portadores de un pensamiento único, que no sospechábamos, y
del que podemos sacar provecho. La humildad nos ayuda también a tener la
capacidad de reconocer que cada situación debe abordarse a partir de ella misma
y no de la nuestra. Impregnados de este espíritu de humildad, nuestras actitudes
y nuestras palabras son menos suficientes y menos seguras de tener siempre
razón. Dominamos más nuestros reflejos de poder y de afirmación de nosotros
mismos, lo que hace que evitemos tomarnos como punto de referencia y hacer
comparaciones hirientes.
La humildad es, ante todo, un
acto de Fe en Cristo, especialmente en su Encarnación Redentora. Esta Fe que no
consiste solamente en expresar la grandeza de todo hombre, sino que invita
también a penetrar, a ver más allá de cada rostro, para descubrir en él el
icono de Cristo.
b)
La Sencillez
La sencillez es la búsqueda de
Dios y de su gloria en todo lo que hacemos. La sencillez nos ayuda a tener un
comportamiento lo más verdadero posible y a crear relaciones claras, sin
ambigüedad y sin dar lugar a sospechar otra cosa más que lo que aparece. La
sencillez nos ayuda a evitar toda ambigüedad en nuestra manera de hablar, en
nuestra forma de ser, evitando así llamar la atención en uno u otro sentido.
Con un corazón sencillo, sin cálculos ni complicaciones, sin buscarnos a
nosotros mismos. Cuando caminamos con rectitud, no tenemos constantemente en
nuestra boca la contestación o la crítica negativa o amarga. Nuestra cualidad
de siervos de los pobres exige esta sencillez en todas las cosas y
especialmente en nuestro estilo de vida, si queremos ser comprendidos por ellos.
c) La Caridad
La especificidad de nuestra
espiritualidad es hacer del servicio a los pobres un acto de Caridad. La
Caridad nos hace participar del sentimiento más profundo del Corazón de Dios,
de su misericordia y su fidelidad para con el hombre. Nuestros gestos en el
servicio a los pobres no tienen sentido más que si los hacemos por amor y con
amor. No se trata tanto de realizar acciones como de hacerlas «en caridad»
(S.V. 15.10.1641 – Sig. IX, p. 64). Nuestros gestos, ya sea en el campo de la
enseñanza, de la educación o de la asistencia sanitaria y social, están llamados
a ser manifestaciones de caridad, es decir, nacidos del Amor de Dios. No deben
reducirse a gestos puramente profesionales. Nuestros gestos, ya sea en el
terreno de la enseñanza, de la educación o de la atención sanitaria y social,
están llamados a ser gestos de caridad, es decir, que proceden del Amor de
Dios. No deben reducirse a gestos puramente profesionales, aunque tienen que
adaptarse a las normas profesionales y administrativas que los rigen y
realizarse con la competencia necesaria. Por la caridad, nos hacemos solidarios
de los pobres hasta el punto de aceptar que nuestra vida sea por ello cambiada.
Al vivir nuestra espiritualidad
respondemos al reto de optar por un espíritu de servicio que exprese la Ternura
de Dios para con los Pobres.
Santa Luisa presenta este espíritu de servicio a través de
las cualidades que pide para servir a los pobres:
El «respeto» y la
«devoción» nos revelan un espíritu de humildad
«viendo siempre a Dios en ellos»
(SL., Corr. y Escr. C. 435)
La «cordialidad»,
que expresa la sencillez del corazón,
La «compasión» y la
«dulzura» manifiestan la caridad.
Hacemos votos de Pobreza,
Obediencia y Castidad para poder vivir nuestro Cuarto Voto que es el Servicio de
los Pobres: El voto que hacemos de servir corporal y espiritualmente a los
Pobres, exige el don de nuestra persona y de nuestro tiempo. Pero el servicio a
los Pobres no se limita únicamente al servicio a la persona en dificultad, sino
que tiene también en cuenta su entorno y a las otras personas con las que
estamos llamados a colaborar. El Espíritu Santo nos impulsa hoy, más que nunca,
a compartir con los laicos nuestra espiritualidad, a fin de trabajar juntos con
miras a un mejor servicio. Esta ayuda mutua en el servicio, esta colaboración
no responde a una estrategia práctica como resultado de una disminución de los
miembros de la Comunidad. Se trata de un componente esencial de nuestra
vocación.
Vivimos nuestra espiritualidad de
servicio favoreciendo al máximo la colaboración con los laicos en nuestras
propias obras apostólicas. Esta colaboración con ellos amplía el campo de
nuestra misión, transforma nuestra manera de servir a los pobres y enriquece
también lo que hacemos y vivimos.
Nuestro servicio nos llama
también a colaborar más estrechamente con instituciones, organizaciones y
actividades que no están bajo la tutela de la Comunidad. Esta colaboración es
un lugar privilegiado para vivir nuestra espiritualidad de Hijos e Hijas de
Santa Luisa de Marillac en complementariedad con otras personas.
Al vivir nuestra espiritualidad,
respondemos al reto de poner en común nuestras riquezas respectivas, para
promover la dignidad de los Pobres.